viernes, 23 de diciembre de 2011

Isla II

Desde donde se ve aquel sol naranja caer
es otra isla,
parecida de a ratos a un desierto,
o a un campo.
Decí que pasa un tranvía cada tanto.

Los pibes y nenas chapotean en el barro,
en los charcos que deja la lluvia entre los pozos.

De a poco va anocheciendo y lo vemos como una pintura
a lo lejos, para el lado del norte o del otro sur.
El sol todavía regala su luz,
en dosis modestas va soltando sus últimos hilos de vida,
las últimas señales del día.

No hay:
ni muchos edificios ni muchos árboles,
y es así que se destacan en el cielo algunas estrellas,
las primeras a esta hora, como faroles diminutos.

Hay mucho ruido para ser un campo,
mucha desolación para ser ciudad.
Siempre se oye algo, una música,
una risa, un lamento.

Mientras nos alejamos por un camino
salpicado de maleza, pastizales
emanando entre las cicatrices del asfalto,
y del sol queda casi nada,
no sabemos cuándo volveremos,
pero sí sabemos que la rueda nunca deja de girar
para las miles de personas que viven en la isla,
como baldosas, una al lado de la otra.

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