lunes, 6 de febrero de 2012

Nosotros y el diablo

El diablo no necesita -ni debería-
saber dónde estás, ni cuando estás.
No necesita detalles, tan solo coordenadas.
No necesita saber tanto de vos, de nadie.

Muestra sus látigos, o un poco de ellos
por un camino de tierra, pedregoso,
que conduce al fuego que late manso
al fondo, en una esquina o más.

Siempre les esquivamos,
y eludimos esas esquinas,
esas calles turbias de oscuridad,
cubiertas de misterio,
borrachas de historias posibles,
manchadas de rumores pesados
                filosos

Sabemos que el diablo existe,
pero no sabemos si Dios también.
De chicos nos pasaba al revés,
y en la primera juventud,
eran los dos o ninguno.

Nos gustan un poco las cadenas,
algo sueltas, pero cadenas al fin.
Nos atan a los árboles cuyas sombras
no son las del diablo,
          que tiene las suyas, claro.
Sombras más grandes, mejores.

El diablo anda a caballo a veces,
y otras viaja en carruaje
sin ser él quien monta.
Viste bien o mal, da lo mismo,
y se pasea por las ciudades
o se encierra en un altillo a espiar
a la gente por la ventana.

Nos gusta que nos hablen del diablo,
que nos cuentan cómo es, qué trama
y planea para nosotros.
Porque rara vez es egocéntrico,
          eso se lo deja a los dioses,
y siempre piensa en los demás.
         Siempre.
         Todo el tiempo.
         En vos, en mí, en todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario