jueves, 9 de febrero de 2012

Para qué estamos acá

Una imagen bastante poética se desliza
suave, apacible
por un costado de Buenos Aires,
uno de los muchos:
un tipo bastante joven,
o un joven bastante grande -maduro-
está recostado, hundido,
en la king size de un hotel de barrio,
-su novia duerme a su lado enroscada entre su brazo y su pecho-
y mira y escucha con ojos y oídos abiertos
lo que dice el televisor...
lo que dice -en verdad- Jean Paul Sartre


Piensa "nunca leí a Sartre",
pero ni se mueve, hundido en el catre,
cubierto sólo por un boxer negro,
no parece perturbado, se lo ve extenuado
con ojeras moradas y marcas de la king size
como tajos indoloros repartidos por el cuerpo,
en sus costillas, cerca de la clavícula,
sus pelos y vellos revueltos.


Habla Sartre
Habla de todo.
Habla de la violencia,
de la desigualdad,
del sujeto.
El pibe -ya es un pibe a esta altura-
se hunde más en el colchón pero abre
más sus ojos también, se sacude el sopor
del cuerpo, desatiende a la chica, aún dormida.


Las luces colorinches del hotel opacan e iluminan
al Sartre en blanco y negro, según qué diga, y rebotan
hasta el respaldo de la cama.
Las cortinas bailan por la brisa mañanera de verano,
de las seis de la mañana recién,
y es el instante en que el protagonista
de este momento único en la historia
sabe que su cabeza está partida en dos:
una parte de su cerebro atiende fascinada a Sartre,
la otra piensa en que la vida es todo
eso que pasa allí: su novia y Jean Paul,
el hotel y la academia,
la brisa y las palabras resonantes,
dormir (y comer) y pensar sesudamente,
pensar en qué hacer esta noche con amigos...
y pensar en las desdichas planetarias
que nos quiebran las tripas por la angustia;
las comodidades y las molestias,
los placeres y los sufrimientos,
las sonrisas y las penurias,
la alegría y el fastidio,
las cervezas (y los asados) y el trabajo,
el consumo y los salarios,
los aumentos y los ajustes,
el fulbito y la política,
ir a la cancha, ir a la plaza... e ir a La Plaza,
las películas de guerra y las guerras...


El tono francés de Sartre, su voz
retumban por la suite con hidro y espejos.
Él ya ha dejado de escucharlo atentamente
porque piensa en todo: todo eso es la vida.


La vida:
como lucha,
como juego.


Sale despacito del hotel,
son las ocho y pico,
él arrastra de la mano a su novia,
que se refriega los párpados, se queja
del frío y se entusiasma con desayunar
algo por ahí.
Piensa él, medio confundido:
"No todo es una enorme banalidad.
Ni una enorme penuria. Ni una terrible lucha".


La vida como lucha, la vida como juego.

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