miércoles, 11 de julio de 2012

Embriagados de certeza (y en soledad)


La soberbia echa raíces, engorda,
cobra cuerpo y toma forma,
cubre y ocupa espacios, diseminada,
pequeños recovecos, compartimentos,
adminículos,
pero cientos y miles de ellos.
La soberbia hecha raíces, y hecha cuerpo
y entidad.
Real, fuerte, visible,
con carácter y presencia.
Corporizada frente a nosotros
y en nosotros.


Nos ha llevado a pensar
en no caer en el patetismo
de pedir perdón.


Igual es cierto,
y quien lo niegue será un necio,
o un infante, ingenuo e inmaduro,
inocente para este mundo:
no se debe caer tan seguido
en el patetismo de pedir perdón.


Quienes cayeron en los lugares
antes citados fueron devorados,
por mandrágoras, por monstruos
de varias cabezas, carneados
por hienas y hasta por caníbales.


Pedir perdón,
incluso a nosotros mismos,
nos ha hecho perder mucho tiempo ya,
nos ha encadenado a celdas diminutas,
malolientes y húmedas,
y nos ha privado de resolver
los problemas que nos llevaron
a querer ser perdonados.


Se enuncia desde un balcón invisible,
cubierto y oculto por múltiples enredaderas
también invisibles, e inasibles,
construidas, a su vez, durante siglos
en que podamos y escondimos los restos
de la unión posibles con nuestros pares.
Así, con orgullo y embriagados de certeza,
afirmamos lo peligroso y patético,
lo exagerado e innecesario
de pedir perdón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario