domingo, 12 de agosto de 2012

Tu bosque


Tu cara de susto helada y clemente
se me apareció minutos después
de bajar del tren.
Tu cara -esa que digo- aparece
justo unos centímetros encima
de las solapas del guardapolvo blanco,
y enseguida te echás en unas sillas del aula,
agitado y petrificado.

Te inventaste tus propios salvadores,
un héroe y una heroína ignorados
por los males que te aquejan,
algo indefensos e impotentes los dos
por lo tanto.
Actúan con orgullo y sentido del deber,
a pesar de todo,
comprometidos con tu terror,
se mueven ágiles en el bosque que
vos también les construiste
y cuentan con un caballo,
algo maltrecho e inmóvil por completo
el pobre, como estatua de colección.

Asoman sin ser evidentes
tus enemigos, al servicio de tu miedo;
ambiguos y misteriosos,
invisibles o disfrazados
pero nunca desnudos,
avanzan transversalmente
de un árbol a otro,
y tus salvadores ni los ven,
tan preocupados por darte a entender
que te protegen de verdad.

Allí se toda gesta toda tu fragilidad,
en el lugar en el que ubicaste
a tus soldados para absorber los ataques
que te has inventado en contra.

domingo, 5 de agosto de 2012

Sin prisa


Languidez como de domingo.
Nada mejor que la nada que define a esta tarde muda.
Todo es en cámara lenta, como las nubes bajas y el sol omnipresente.

Los segundos caen, con una película de fondo y el peso de mi cuerpo,
embalsamado, cual escultura recortada sobre los pliegues del sillón mullido.

Sube de a gotas la temperatura, en esta, la tarde más larga del año.
Las palmeras, encorvadas, besan sus pies con sus hojas,
y se cuelan en mi habitat, haciéndome cosquillas,
mientras me concentro, frunzo el ceño y me tomo una eternidad para saber
si la bebida la quiero con o sin hielo.

Me desplazo flotando casi sin respirar hasta la cocina
en la que una nube quiere irrumpir amigable,
acariciando el marco de la ventana,
mientras yo aprovecho para beber el aire que se escabulle
por una franja celeste y brillante como el sol omnipresente.