martes, 30 de diciembre de 2014

Entrevista a Hernán Aramberri

A principios de diciembre, la revista Billboard Argentina publicó una entrevista al músico, baterista y productor Hernán Aramberri, que integra la banda del Indio Solari. Cabe aclarar que la nota salió antes del recital que el Indio dio en Mendoza el sábado 13 de diciembre. Abajo va la charla completa.


“En ningún show hay improvisaciones”

Productor, director musical y baterista de Los Fundamentalistas del aire acondicionado, Hernán Aramberri lleva más de 20 años de trabajo junto al Indio Solari. Él y su compañero de banda Gaspar Benegas recorren el país tocando y dando charlas sobre música. Este mes los dos vuelven a subirse a un escenario con el excantante redondo.


Por Agustín Vázquez


Hace unos años se filtró en internet un video con las imágenes y audio de unos de los recitales que Los Redondos dieron en el estadio de Racing en diciembre de 1998, cuando presentaron el álbum Último bondi a Finisterre. Quienes vieron esa filmación -para nada amateur- tal vez recuerden que luego de los tres primeros temas se puede escuchar al Indio decir: “De aquí en más, nos van a dar una mano Hernancito Aramberri, el adorable, y el inevitable Conejo Jolivet”. Habían pasado El pibe de los astilleros, Un ángel para tu soledad y Cruz diablo, y después de esas canciones iba a venir una seguidilla del disco que recién habían editado. Esas composiciones novedosas requerían para su interpretación en vivo de la ejecución de dos baterías, y por eso en ese video se puede ver no solo a Walter Sidotti sino también a Hernán Aramberri, cada uno con su set, ambos al fondo del escenario. Gabriel Jolivet, más conocido como “el conejo”, colaboró en esas dos noches en el cilindro de Avellaneda como guitarrista, complementándose con Skay.
En ese momento, Aramberri tenía 32 años y llevaba prácticamente una década dedicado al estudio y difusión de la tecnología MIDI en la música. Además, contando a Último bondi..., había trabajado en tres discos de Los Redondos y colaboraba con el grupo desde hacía seis años. En 2000 trabajó con el grupo en Momo sampler -última placa de Patricio Rey- y una vez disuelta la sociedad Indio-Skay, siguió ligado a Solari, al punto de llegar a ser productor y director musical de Los Fundamentalistas del aire acondicionado, la banda que acompaña al Indio desde 2005. Aramberri, que se formó en la academia de Walter Malosetti, es a su vez docente y también recorre el país junto a uno de los guitarristas de Los Fundamentalistas, Gaspar Benegas, dando charlas sobre música y producción, y tocando -él en la bata y Benegas con su viola. En pocos días, ambos se subirán al escenario en el autódromo Ángel Pena, de la ciudad mendocina de San Martín, junto al exvocalista de Los Redondos y al resto de la banda, que se completa con el bajista Marcelo Torres, el tecladista Pablo Sbaraglia, el guitarrista Baltasar Comotto, el saxofonista Sergio Colombo, el trompetista Miguel Tallarita, el también baterista Martín Carrizo y las coristas Déborah Dixon y Luciana Palacios. En la previa del multitudinario show, el baterista y productor habló de cómo se vive la antesala de semejantes encuentros con el público, además de lo que implica la producción de los álbumes y de la experiencia de las charlas que lo llevan a los distintos rincones de la Argentina.

¿Cómo se prepara un show del Indio y Los Fundamentalistas?
-Fundamentalistas tiene una dinámica extraña: por un lado, podés parar seis meses, o un año, y de pronto tenés un show multitudinario, enorme, y hay que aceitar esa gran maquinaria, ponerla en marcha. No solo los músicos lo hacemos, sino que hay un equipo de laburo de veintipico de personas. Se requiere al menos un mes para la parte musical y todo lo demás. Todo empieza cuando se junta la raíz de Fundamentalistas -Marcelo, Pablo, Baltasar, Gaspar y yo. Empezamos con los temas, vemos cuáles son las novedades, los temas que no hemos tocado, luego abrimos el juego a los otros músicos, a los asistentes, sonidistas, ingeniero de sonido, monitoristas, y en un momento nos juntamos en una sala enorme, que tiene las dimensiones del escenario. A partir de ahí, se trabaja durante dos o tres semanas más. En ningún show hay improvisaciones, todo está todo pautado, trabajado, arreglado y programado.

¿Quién se ocupa de la lista?
-La lista final siempre la hago yo. Lo que hay son sugerencias. El Indio abre el juego, sugiere lo que él quiere hacer. Y hay sugerencias mías, de Gaspar, de Pablo, Baltasar también suele opinar. Yo junto todo eso y confecciono el listado. Hay entre cinco y 10 sugerencias, 12 como mucho. Hay que compensar la lista, que esté balanceada, dado que hay momentos para arriba, otros más tranquilos. En esto tiene mucho que ver la experiencia, el haber estado con Los Redondos ayuda mucho a eso, supuso mucho aprendizaje.

En los shows también toca la batería Martín Carrizo, ¿cuan difícil es ensamblar los dos roles?
-Hay temas que no están diseñados para dos baterías, otros que sí. Se genera una complementación, como ocurría en Redondos con Walter. Los dos últimos discos -Último bondi... y Momo sampler- estaban hechos para dos baterías. En los últimos dos de Indio, solo algunos temas tienen esas características. No es tan complejo. Artísticamente ya está definido al momento de la grabación y producción de los discos.

Ya no tocan en estadios de fútbol, hace rato. Últimamente, solo en hipódromos y autódromos... ¿qué implica ese cambio para ustedes?
-Sobre todo cambia en cuanto a la producción y de la banda hacia afuera. Del umbral hacia adentro, musicalmente, la propuesta siempre fue súper ambiciosa: presentar la banda, en 2005, en el Estadio Único, ya era algo tremendo. Sí es una locura hacia afuera, y la exigencia es alta siempre. Hoy por hoy trabajamos veintipico de personas, y aparte está la productora, por fuera, asociada.

¿Qué se hace en esas horas previas al recital?
-Llegamos un par de horas antes al lugar, para no tener problemas de acceso. Nos instalamos en camarines grandes, para estar cómodos. A mí me llevan otra batería para armar y calentar antes. Sobre el escenario hay unos camarines más chicos, para los intervalos que hacemos. Se vive con mucha ansiedad, mucha intensidad. Y se percibe mucho la energía de la gente. El público entra en calor, y uno, que estuvo laburando un mes, quiere subir al escenario y demostrar. Calentar es importante, porque arrancamos re contra arriba, con mucha intensidad, y uno se puede contracturar, sobre todo en la batería.

Más allá de llevar años tocando, cada noche debe tener su gustito particular...
-Sin dudas. Y lo que se vive es tan especial que no podemos estar al margen. Se da una comunicación muy fluida entre nosotros ya desde que se conoce una fecha, se va formando el clima. Nunca es igual, cada show se vive como una fiesta. Vamos hablando con anticipación, cada uno tiene otros proyectos: Baltasar toca con (Andrés) Calamaro, anda bastante de gira; Marcelo es de otro palo, a veces cuesta encontrarnos todos. Y sin embargo, esto nos mantiene comunicados. Lo mismo se da cuando se viene un disco nuevo. Poner la máquina en funcionamiento es un factor de alegría.

¿Y cómo es la producción de los discos? ¿Cómo comienza el trabajo?
-Soy el primero en llegar y el último en irse. En la primera etapa, las ideas de Indio se empiezan a volcar en la compu. Se labura muchos meses con eso. Luego, convocamos a Gaspar, cuando necesitamos una viola, y él hace su aporte. Todo eso ocurre en Luzbola, el estudio que Indio tiene en su casa. Está diseñado a mi gusto, con los aparatos que me gustan a mí, me siento muy cómodo allí.

¿La idea es que Gaspar reemplace el sonido de teclado o máquina por guitarras verdaderas?
-Muchas cosas las hacemos con lo que llamamos “guitarra falsa”. Y muchas veces producimos sonidos artificiales que finalmente quedan, suenan mejor así. La forma de trabajo entre Indio y yo en soledad arrancó en Porco rex, cuando había numerosos artificios difíciles de reemplazar, y estaban muy bien hechos. Después decidimos qué va y qué es mejor reemplazar. Cuando viene Gaspar aporta, crea, vuela, hace solos, hace melodías que el Indio canta. Graba varias tomas y yo después sigo laburando sobre eso, yo voy tamizando, produciendo, corrigiendo, jugando.

¿Puede ser que esta dinámica, de que los músicos pudieran volar un poco, no se daba en el primer disco?
-Sí, fue cambiando. Lo que pasó fue que luego nacieron Los Fundamentalistas. El primer disco prácticamente lo hicimos el Indio, Edu Herrera -ingeniero, músico y productor- y yo. En Porco rex ya cambió. En El perfume de la tempestad fue diferente, nos juntamos con los violeros, empezamos a tirar ideas sobre ciertas ideas del Indio. En Pajaritos, bravos muchachitos al principio trabajamos Indio y yo bastante en soledad. Está claro que Los Fundamentalistas no es un grupo de sesión que solo acompaña al Indio.

Y eso que estuvieron dos años y medio sin tocar entre 2005 y 2008...
-El grupo se consolidó a pesar de no tocar en vivo en ese tiempo porque hicimos un trabajo en lo humano, los cinco. No nos conocíamos cuando nos juntamos en 2005. Y después de los primeros shows, mantuvimos la conexión personal.

El Indio ha dicho que cada vez le cuesta más dar los shows...
-Hay que pensar que siempre es el último, como pensábamos con Los Redondos...

La primera y la última noche”, decían.
-Y hasta que con Los Redondos un día fue el último...

Y nadie sabía que iba a serlo (N.: el último recital de Los Redondos fue el 4 de agosto de 2001, en la ciudad de Córdoba, en el estadio Chateau Carreras, hoy llamado Mario Alberto Kempes).
-Nadie sabía... por eso digo que tratamos de disfrutar todo el proceso, desde que se confirma una fecha. Cada uno es único.

¿Cómo fue el encuentro con “Semilla” Bucciarelli, Sergio Dawi y Walter Sidotti?
-El reencuentro fue una oportunidad única de devolverles todo lo que ellos me habían dado cuando yo trabajé con Los Redondos. Fue muy especial recibirlos, abrirles las puertas, asegurarme de que se sintieran cómodos, que tuvieran todo a disposición. Y que convivan con nosotros ese mes de ensayo. Los Fundamentalistas no los conocían, fue un flash para ellos estar con esos tres monstruos que habían estado en Los Redondos. Yo quería demostrar con hechos el agradecimiento por aquellos años. Fue muy emocionante compartir tantos días juntos. Son personas tremendas.

De cara al recital de diciembre en Mendoza, ¿habrá alguna sorpresa?
-No que yo sepa... ¡pero nunca se sabe! (risas).

¿Alguna canción redonda que no haya sonado y ahora sí...?
-De la lista, solo digo, como siempre, que va a haber novedades, nada más que eso... (N.: en el recital del 13 de diciembre en Mendoza, sonaron Drogocop, Pogo, Roxana Porchelana, Una piba con la remera de Greenpeace y Etiqueta negra, nunca antes interpretadas por Los Fundamentalistas).

¿De qué manera comenzó tu relación con la tecnología?
-Finales de los ´80 fue una época, en la Argentina y en el mundo en general, de mucho aparatito electrónico, de mucha tecnología MIDI. En ese entonces, empecé una banda con mi amigo Damián Torrisi, hoy en día dueño del estudio Bourbon Records: jugábamos con las máquinas, con los samplers -muy rudimentarios en aquel entonces-, con cajas de ritmos. Y en los ´90 se dio el auge de la percusión electrónica. A mí me contactaron de una empresa que había importado algunos equipos, para que diera cursos sobre su uso, así que investigué un poco más y de esa manera empecé una relación con la mayoría de los bateristas de la Argentina: Charly Alberti -que ya venía usando tecnología-; Oscar Moro, cuando fue el regreso de Serú Girán; con la gente de Los Pericos, de Los Auténticos Decadentes, y muchos otros. Y también vino Walter Sidotti: Indio y Skay querían mejorar el sonido; el Indio, muy inquieto siempre, vio la propuesta de las máquinas y lo mandó a Walter a averiguar. En una casa de música le dieron mi contacto. Ellos estaban trabajando en lo que sería Lobo suelto-Cordero atado. Le sugerí que compre un aparato y después fui al estudio Del Cielito, ahí los conocí. Al poco tiempo tenían programado un show en el Centro de Exposiciones, entonces Skay me consultó si esa tecnología se podía replicar en vivo, yo le dije que sí, yo ya lo hacía, y toqué por primera vez con Los Redondos en esa oportunidad. Después colaboré en la producción de Lobo suelto..., Luzbelito, Último bondi... y Momo sampler.

¿Cuan exigente es la música del Indio para la producción y el uso de las máquinas?
-Siempre es exigente, por la propuesta y por nosotros, siempre queremos hacer mejor las cosas. No lo pienso como exigencias en términos de presión, sino de motivación.

¿Es todo importado lo que tiene que ver con tecnología MIDI?
-Productos nacionales no hay. Pero los instrumentos electrónicos van muriendo, la computadora se los va fagocitando. Aún así, Fundamentalistas es un refugio de instrumentos electrónicos, vintage a esta altura. En el directo no usamos computadoras, usamos teclado, sampler. El sistema troncal de la tecnología lo diseño yo, y Pablo ejecuta en vivo con teclado. Hasta las luces están programadas en los shows. Pablo colabora e interviene, sabe un montón. Damián Torrisi también trabaja con el grupo, sabe mucho más que yo de MIDI, es el responsable de armar todo eso sobre el escenario. Mi sugerencia es usar samplers, tienen un sonido especial. El instrumento MIDI está pensado para hacer música, y una computadora no es un instrumento, sino que es una máquina que está adaptada. Mientras tengamos aparatos de música, vamos a usarlos.

Respecto de las fechas junto a Gaspar, ¿cómo es la recepción de la gente?
-A veces se habla de clínica, pero parece que fuera para músicos solamente, así que yo prefiero decir que son charlas. También hacemos clases para músicos, aparte, para bateristas y violeros. La devolución de la gente es impresionante, hay mucho respeto, cariño y un agradecimiento mutuo. La idea nuestra no es solo tocar en grandes ciudades, sino en todos los lugares posibles e ir tendiendo redes. Hemos ido a pueblos de 4500 habitantes. Acá (en Buenos Aires) hay una sobre oferta, por eso se me ocurrió llevarlo a todos lados. No solo tocamos canciones, también mostramos el rol del productor. E invitamos a artistas producidos por nosotros, como Las Manos de Filippi -han sido producidos por Damián y por Gaspar, que además es parte de la banda-, la cantante Valentina Cooke -producida por Gaspar-, Salta la banca -Gaspar trabajó en sus dos últimos discos-; Pablo Sbaraglia, de Los Fundamentalistas, en cuyo proyecto solista hemos trabajado Damián y yo-; entre otros. Entonces en esas charlas hay canciones de esos artistas, además de algunas de Indio y también de Redondos. Y también hay shows sin charla, como se ha dado en Niceto, en Palermo. En el último que hicimos ahí estuvo Semilla, hizo dibujos digitales en tiempo real, mientras sonaba la música.

¿Cuál fue tu formación?
-Primero fue formal, fui a la Academia de Walter Malosetti. Empecé a estudiar con Javier Malosetti, bajista que en ese momento era baterista. Él me introdujo en la batería. Era muy importante la contención de la familia Malosetti, estaban pendientes de guiarte, acompañarte. Y eso te da un impulso para seguir. A fin de año, se hacían fiestas en teatros grandes, salas con 500 o 600 personas, te preparaban para tocar en esas oportunidades. Después, con la tecnología, fui autodidacta.

¿Y en cuanto a la docencia? ¿Dónde la ejercés?
-Siempre de particular. Me interesa lo humano, el proceso personalizado. Hay alumnos que arrancan a los 15 y terminan a los 22 o 23, y así uno conoce mucho de ellos. Aprender un instrumento lleva muchos años.

Por último, teniendo en cuenta tu rol como productor musical ligado a la innovación tecnológica, ¿qué opinás de la grabación analógica, de la cinta abierta? Hay una tendencia a volver a eso, al menos algunos lo intentan, y hay quienes sostienen que se escucha mucho mejor, que no se comprime el sonido y demás...

-En el arte todo vale y aquel artista que considere que lo analógico es la mejor forma para plasmar su arte, lo debe hacer, está perfecto. A mí me ha tocado participar de muchos proyectos en los que la tecnología ha sido un gran aliado; me gusta lo que pasa digitalmente; obviamente, cuando escucho algo analógico, noto las diferencias, no necesariamente ventajas. Por el estilo de música que hacemos nosotros, por el estilo de música que me gusta, digo que lo digital es la manera que elijo yo. Las herramientas que hoy tenemos son espectaculares. Pero insisto, no critico la vuelta a lo analógico, cada artista piensa, imagina y expresa su arte como cree mejor. Para algunos, puede que lo digital sea un impedimento, no es mi caso. Tampoco me considero purista, soy un buscador, un inquieto. Yo no me imagino produciendo analógicamente.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Entrevista a Jorge D´Elía

En la revista Área Urbana de noviembre se publicó una entrevista al actor Jorge D´Elía, que ahora se reproduce completa en este blog. Padre del también actor Federico D´Elía, platense, hincha de Estudiantes y multifacético.

Por Agustín Vázquez


Creo que no se puede enseñar a actuar”

“Yo nací y viví 39 años en La Plata. Hice muchísimas cosas, no tuve una infancia ni adolescencia buenas. Me encarrilé estudiando y haciendo deporte, principalmente jugando al básquet, primero en un club llamado Teléfonos del Estado y después en Estudiantes. Me fui haciendo una persona. Cursé tres años de Arquitectura. Luego, gané junto a unos compañeros un Concurso Nacional de Arquitectura, era un proyecto de Estación Terminal de Ómnibus de Azul. Entre mis compañeros estaba Roberto Ferreira, el que hizo el Estadio Único de La Plata. Más adelante, tuve negocios, restaurantes, boites, casas de ropa para hombres y demás comercios, todo en La Plata. Escribí dos libros, hice de todo. Estando en uno de los negocios, uno de los mozos me dijo que me querían ver en una mesa: me ofrecieron una obra de teatro, me preguntaron si había hecho algo ya -yo había actuado en el ´60, ´61, se llamaban teatros vocacionales, teatros independientes, de donde salieron Federico Luppi, Lito Cruz, Carlitos Moreno y toda un grupo importante-, y me contrataron para Nuestro fin de semana, de Roberto ´Tito´ Cossa. Desde ahí hasta ahora no paré”. Así comienza el diálogo con el actor Jorge D´Elía.

¿Su amor por Estudiantes viene de antes de jugar allí al básquet?
De antes. Yo nací en una panadería, en calle 2 entre 42 y 43, la panadería San Miguel. En la otra cuadra había un negocio de un griego que vendía turrones y otras cosas al por mayor, y yo descubrí, cuando tenía muy pocos años, menos de 10, que si compraba una caja de turrones e iba a venderlos a la cancha me hacía millonario. Y así fue: empecé vendiendo turrones en la cancha de Estudiantes, en 1 y 57. Por eso recuerdo hasta el equipo de ese momento, yo tendría 10 años. Me acuerdo los 11, eran siempre los mismos y no había cambios durante el partido. Nunca fui un anti-tripero, en realidad no soy anti en nada.

¿Qué recuerda de los inicios de su relación con el arte?
Tuve mucha relación con la movida de los años ´60, en cuanto al happening, a la creatividad. Recuerdo a muchas personas: por ejemplo, a Jorge Cumbo, quien ni siquiera fue amigo, pero yo lo veía siempre en la confitería tocando la quena; allí mismo, otro leía poemas, yo hablaba de teatro con Carlitos Moreno. Cumbo llegó a tocar con Simon & Garfunkel, la grabación que tienen ellos de El cóndor pasa tiene vientos interpretados por él. También puedo mencionar a (Carlos) “Pocho” Lapouble, que fue uno de los mejores bateristas de la Argentina. Podría nombrar a varios. En lo personal, hice muchos espectáculos, varios de ellos en la boite que tenía yo, que se llamaba Federico V.

Sin embargo, no estuvo siempre en La Plata...
No. Yo quería viajar, se lo decía a todo el mundo, y me fui a dedo a Europa, en barco, 20 días tardé aproximadamente. Tan a dedo fui que no tenía dinero para ir de La Plata a Buenos Aires a tomarme el barco. Estuve un año, era algo que de grande no iba a ser. Pasé hambre, y el verdadero hambre es no saber cuándo vas a comer. Es una sensación que más bien pertenece a los sentidos, es una locura, genera mucha violencia, uno se vuelve agresivo.

¿Y cuando volvió qué pasó?
En un momento decidí que quería ir a Buenos Aires para dedicarme profesionalmente a esta carrera. Fue una decisión difícil: me senté con mis tres hijos (N. de la R.: en total tuvo seis) y mi mujer, les dije a los chicos que el papá no desaparecía ni abandonaba, pero que no quería ser una persona frustrada, y que jamás iba a agarrar a un hijo mío y decirle “por vos no hice tal cosa”, palabras textuales. Después Federico hizo lo mismo que yo, con más apoyo, con más peso. Me costó mucho tomar esa decisión. Me mudé solo a Buenos Aires, ellos se quedaron en La Plata. Estuve llorando tres años, ¡tres años! todas las mañanas porque me despertaba y no estaban los chicos, no se me tiraban encima ni bien me levantaba. Yo no soy ortodoxo en nada, pero entiendo que la vida es un desafío muy grande y que si te la tomás realmente en serio te podés divertir, la podés pasar muy bien, podés ser pleno, y una de mis convicciones más grandes es que no soy resentido en nada... a mí me fue para el orto en la vida, perdí dos hijos, pero nunca me resentí, y tampoco lo puedo explicar. La vida te da otras cosas. Soy una persona alegre, estoy todo el día jodiendo, siempre hago el chiste de que no sé si me llaman porque soy buen actor o porque genero buenos climas. Tengo una relación hermosísima con todos ellos. Confieso que soy feliz, aunque no sé bien qué es la felicidad, no creo que exista la felicidad completa. A mí me gusta la vida, me gusta de verdad, me gusta honrarla.

Entre esas otras cosas -las buenas- que da la vida, están los reconocimientos...
Me encantan ese tipo de cosas. Hace poco me distinguieron en Tandil, también en La Plata. Creo que tiene que ver con que te portaste más o menos bien toda la vida y te las empiezan a dar cuando sos grande. Y no me refiero solo a premios o menciones: en 2010 me llamaron para ir a filmar a Brasil. Era Fernando Meirelles, el director de Ciudad de Dios, me dijo que me había visto en El abrazo partido y en El aura, y me proponía participar en la película VIPs, dirigida por Toniko Melo. Meirelles no sabía quién era yo, solo que era el que había actuado en esas dos películas. Me dijo que se había peleado con los yankees porque querían a un chileno y él quería que actuara yo.

Ni siquiera buscaba a cualquier argentino, eras vos, específicamente...
Y él no sabía quién era yo, solo el que había actuado en esas dos películas. Hicimos la película, VIPs, dirigida por Toniko Melo, con quien tengo una muy buena relación. Me dio muchísimas satisfacciones, la hice con Wagner Moura, el protagonista y que viene a ser el Ricardo Darín de allá. Nos hicimos tan amigos que se ha venido a cenar conmigo a Buenos Aires en medio de jornadas de trabajo de filmación en Canadá con Matt Damon. Admira a los actores argentinos. Tenemos mucha cancha y oficio los actores de acá en relación a los del resto del mundo. Y gané el premio máximo de Brasil, Redentor, por actor de reparto en VIPs. Me pasan cosas así, pero no porque las busque.

¿Cómo ves la actualidad del cine nacional, con tantas producciones en los últimos años?
Yo veo que culturalmente hablando, y en lo específico de cine y teatro, hay muchísimo. En cuanto a la televisión, la rechazo de piel, no me gusta ni estar, me produce escozor, me hace acordar a Darín, que dice que no le gusta el cine, pero no le creo. El problema es que si no estás en televisión, no te llaman ni para jugar a las bochas.
Lo que más me gusta a mí es el teatro, y todos los fines de semana hay más de 400 obras solo en Buenos Aires. Y la Argentina lleva teatro a muchísimos países del mundo, es tremendo, no se puede creer, eso somos nosotros. Tolcachir, Veronese, Daulte...

De pronto, entra a la habitación donde se desarrolla la entrevista Arturo Bonín. Después de hacer algunos chistes entre sí, Bonín se sienta en un sillón y se queda para la nota. Por su parte, D´Elía retoma: “Es positivo que se haga tanto cine y teatro, pero después tendría que ver qué pasa con la calidad, aparte de la cantidad. Creo que en eso el gobierno (nacional) se ha organizado bien, más allá de que no soy kirchnerista. Igual me cuesta decir que no soy, no es que sea una cosa o la otra, no soy anti porque tengo amigos como el que está aquí presente, y otros, de igual talla, que me hacen dudar. No soy y puedo dar una serie de explicaciones y planteos, pero al margen de eso culturalmente se está haciendo un buen laburo, más allá de que acá los artistas siempre están y estuvieron preparados, antes de que viniera (Néstor) Kirchner, antes de (Raúl) Alfonsín, antes de (Arturo) Illia, etc. Y ahora, hay grandes frutos a partir del trabajo de tipos como (Damián) Szifrón”.

Más allá de un gobierno u otro, es positivo que el Estado haga política cultural, pero tal vez en contextos de mayor dificultad el artista argentino logra sacar a relucir mejor su oficio...
Bonín: Hay algo histórico: nosotros tenemos una formación que en otras latitudes no la entienden. Vos hablabas de una cooperativa en España y te miraban cómo si estuvieras loco. Ellos pedían un subsidio anual, duraban un año, al año siguiente lo mismo, volvían a pedirlo. Nosotros poníamos el hombro, hacíamos todo: boletería, barrer el escenario, actuar.

D´Elía: Cuando a mí me preguntan dónde y con quién estudié, respondo siempre lo mismo: corregí tres imperfecciones que tenía como para ser actor profesional, pero nada más. Mi aprendizaje fue en los teatros independientes, donde además aprendí a pintar, a vender entradas, hacer gacetillas, limpiar.

AB: Formación del actor desde una mirada colectiva, así fue nuestra formación. Una generación que incluía a Luppi, Lito Cruz, Morenito. Yo estaba en Villa Ballester, ellos en La Plata, y el centro era la Capital. Respecto de la cantidad, que se hablaba antes, a mí por un lado me resulta gozoso, sobre todo cuando voy a España a ver amigos y se sorprenden, pero, por otro, la mayoría de esos espectáculos teatrales tienen una sola función semanal. En ese contexto, ¿dónde va el crecimiento y el desarrollo del actor, en la búsqueda de un personaje? No se termina todo con el ensayo último y el estreno, sino que ahí empieza otro proceso, de crecimiento, de intercambio. Eso se ve frustrado, pero con una vez por semana gracias si te acordás la letra. Celebro la cantidad de obras, pero hay que darles continuidad, mejorar la dinámica de trabajo. Distinto es el teatro comercial, pero la mayoría no forma parte de ello. Creo que hay que mejorar las condiciones para poder ejercer el oficio con dignidad, orgullo, hidalguía y poder transmitirla como en su época lo transmitió Hedy Crilla, luego (Agustín) Alezzo, (Augusto) Fernandes, y tantos otros.

La cantidad la miden todos igual, pero la calidad no, por la subjetividad y la diversidad de opiniones...
AB: Por eso digo que a veces no hay que decir que algo fue maravilloso aunque para uno lo haya sido, sino “me gustó mucho”. Lo digo como actor, dado que nosotros defendemos el valor de la palabra arriba del escenario. Volviendo al tema de la continuidad, de la dinámica, pregunto: ¿Vos le confiarías una operación de apéndice a un médico que opera una vez por semana? ¿Adónde va a parar el oficio?

JD: Como manejar un avión... ¿una vez por semana? Imaginate...

Si comparan con su juventud, ¿cómo ven, las posibilidades de estudiar teatro en la actualidad?
AB: Es bárbaro, es maravilloso. Yo era un pelotudo que estudiaba Química para la alimentación, porque era la época, era la opción que había, época de petroquímica, petróleo, desarrollismo, Frondizi. En el año ´59 fui a una iniciativa del ministerio de Educación relacionada al teatro, quedé impactado. Eso fue porque había un Estado que apostaba a eso en una escuela pública (el Comercial de Villa Ballester). Tres profesores tuvimos: de Historia del Arte, Expresión corporal y Teatro, propiamente dicho. Yo me volví loco, lamentablemente al año siguiente desapareció, pero ya me había roto la cabeza. No es que el Estado sea responsable de todo, pero sí dio cauce, estimuló.

JD: Yo dicté cursos durante 10 años, en mi taller, pero pegué una vuelta en mi interior, me ayudó mucho en eso David Mamet. Creo que no se puede enseñar esto. Yo aprendí haciendo cosas, por ensayo y error, que de hecho es lo que dice Mamet. Él dice que hay que poner el cuerpo derecho y emitir claramente la voz. Todo lo demás ya lo hizo el autor. Yo siempre actué de esa manera. Hay un libro de él, Verdadero o falso. A mí me decían “el naturalito”, no me molestaba. Yo sabía que si me concentraba antes de salir a escena, era un bochorno. Si estudiaba la vida del personaje, lo mismo. Pero si me relajaba, me iba muy bien. Soy un anti-método. En el camarín están todos ensayando la voz, preparándose, eso a mí me pone la piel de gallina, no es mi estilo.

¿Qué hacés antes de salir a escena?

JD: Nada. Hice un montón de televisión argentina y nadie puede creer que no sepa los libros. O que vaya a filmar y a veces no sepa cómo se llama la película. Pero tengo oficio. Tengo un hijo de 12 años, me acuerdo que a sus ocho lo estaba llevando al colegio para un acto, estaba muy nervioso porque tenía que decir un verso. Él mismo me dijo: “Pero yo sé que todo esto en un rato ya se acabó”.