viernes, 19 de diciembre de 2014

Entrevista a Jorge D´Elía

En la revista Área Urbana de noviembre se publicó una entrevista al actor Jorge D´Elía, que ahora se reproduce completa en este blog. Padre del también actor Federico D´Elía, platense, hincha de Estudiantes y multifacético.

Por Agustín Vázquez


Creo que no se puede enseñar a actuar”

“Yo nací y viví 39 años en La Plata. Hice muchísimas cosas, no tuve una infancia ni adolescencia buenas. Me encarrilé estudiando y haciendo deporte, principalmente jugando al básquet, primero en un club llamado Teléfonos del Estado y después en Estudiantes. Me fui haciendo una persona. Cursé tres años de Arquitectura. Luego, gané junto a unos compañeros un Concurso Nacional de Arquitectura, era un proyecto de Estación Terminal de Ómnibus de Azul. Entre mis compañeros estaba Roberto Ferreira, el que hizo el Estadio Único de La Plata. Más adelante, tuve negocios, restaurantes, boites, casas de ropa para hombres y demás comercios, todo en La Plata. Escribí dos libros, hice de todo. Estando en uno de los negocios, uno de los mozos me dijo que me querían ver en una mesa: me ofrecieron una obra de teatro, me preguntaron si había hecho algo ya -yo había actuado en el ´60, ´61, se llamaban teatros vocacionales, teatros independientes, de donde salieron Federico Luppi, Lito Cruz, Carlitos Moreno y toda un grupo importante-, y me contrataron para Nuestro fin de semana, de Roberto ´Tito´ Cossa. Desde ahí hasta ahora no paré”. Así comienza el diálogo con el actor Jorge D´Elía.

¿Su amor por Estudiantes viene de antes de jugar allí al básquet?
De antes. Yo nací en una panadería, en calle 2 entre 42 y 43, la panadería San Miguel. En la otra cuadra había un negocio de un griego que vendía turrones y otras cosas al por mayor, y yo descubrí, cuando tenía muy pocos años, menos de 10, que si compraba una caja de turrones e iba a venderlos a la cancha me hacía millonario. Y así fue: empecé vendiendo turrones en la cancha de Estudiantes, en 1 y 57. Por eso recuerdo hasta el equipo de ese momento, yo tendría 10 años. Me acuerdo los 11, eran siempre los mismos y no había cambios durante el partido. Nunca fui un anti-tripero, en realidad no soy anti en nada.

¿Qué recuerda de los inicios de su relación con el arte?
Tuve mucha relación con la movida de los años ´60, en cuanto al happening, a la creatividad. Recuerdo a muchas personas: por ejemplo, a Jorge Cumbo, quien ni siquiera fue amigo, pero yo lo veía siempre en la confitería tocando la quena; allí mismo, otro leía poemas, yo hablaba de teatro con Carlitos Moreno. Cumbo llegó a tocar con Simon & Garfunkel, la grabación que tienen ellos de El cóndor pasa tiene vientos interpretados por él. También puedo mencionar a (Carlos) “Pocho” Lapouble, que fue uno de los mejores bateristas de la Argentina. Podría nombrar a varios. En lo personal, hice muchos espectáculos, varios de ellos en la boite que tenía yo, que se llamaba Federico V.

Sin embargo, no estuvo siempre en La Plata...
No. Yo quería viajar, se lo decía a todo el mundo, y me fui a dedo a Europa, en barco, 20 días tardé aproximadamente. Tan a dedo fui que no tenía dinero para ir de La Plata a Buenos Aires a tomarme el barco. Estuve un año, era algo que de grande no iba a ser. Pasé hambre, y el verdadero hambre es no saber cuándo vas a comer. Es una sensación que más bien pertenece a los sentidos, es una locura, genera mucha violencia, uno se vuelve agresivo.

¿Y cuando volvió qué pasó?
En un momento decidí que quería ir a Buenos Aires para dedicarme profesionalmente a esta carrera. Fue una decisión difícil: me senté con mis tres hijos (N. de la R.: en total tuvo seis) y mi mujer, les dije a los chicos que el papá no desaparecía ni abandonaba, pero que no quería ser una persona frustrada, y que jamás iba a agarrar a un hijo mío y decirle “por vos no hice tal cosa”, palabras textuales. Después Federico hizo lo mismo que yo, con más apoyo, con más peso. Me costó mucho tomar esa decisión. Me mudé solo a Buenos Aires, ellos se quedaron en La Plata. Estuve llorando tres años, ¡tres años! todas las mañanas porque me despertaba y no estaban los chicos, no se me tiraban encima ni bien me levantaba. Yo no soy ortodoxo en nada, pero entiendo que la vida es un desafío muy grande y que si te la tomás realmente en serio te podés divertir, la podés pasar muy bien, podés ser pleno, y una de mis convicciones más grandes es que no soy resentido en nada... a mí me fue para el orto en la vida, perdí dos hijos, pero nunca me resentí, y tampoco lo puedo explicar. La vida te da otras cosas. Soy una persona alegre, estoy todo el día jodiendo, siempre hago el chiste de que no sé si me llaman porque soy buen actor o porque genero buenos climas. Tengo una relación hermosísima con todos ellos. Confieso que soy feliz, aunque no sé bien qué es la felicidad, no creo que exista la felicidad completa. A mí me gusta la vida, me gusta de verdad, me gusta honrarla.

Entre esas otras cosas -las buenas- que da la vida, están los reconocimientos...
Me encantan ese tipo de cosas. Hace poco me distinguieron en Tandil, también en La Plata. Creo que tiene que ver con que te portaste más o menos bien toda la vida y te las empiezan a dar cuando sos grande. Y no me refiero solo a premios o menciones: en 2010 me llamaron para ir a filmar a Brasil. Era Fernando Meirelles, el director de Ciudad de Dios, me dijo que me había visto en El abrazo partido y en El aura, y me proponía participar en la película VIPs, dirigida por Toniko Melo. Meirelles no sabía quién era yo, solo que era el que había actuado en esas dos películas. Me dijo que se había peleado con los yankees porque querían a un chileno y él quería que actuara yo.

Ni siquiera buscaba a cualquier argentino, eras vos, específicamente...
Y él no sabía quién era yo, solo el que había actuado en esas dos películas. Hicimos la película, VIPs, dirigida por Toniko Melo, con quien tengo una muy buena relación. Me dio muchísimas satisfacciones, la hice con Wagner Moura, el protagonista y que viene a ser el Ricardo Darín de allá. Nos hicimos tan amigos que se ha venido a cenar conmigo a Buenos Aires en medio de jornadas de trabajo de filmación en Canadá con Matt Damon. Admira a los actores argentinos. Tenemos mucha cancha y oficio los actores de acá en relación a los del resto del mundo. Y gané el premio máximo de Brasil, Redentor, por actor de reparto en VIPs. Me pasan cosas así, pero no porque las busque.

¿Cómo ves la actualidad del cine nacional, con tantas producciones en los últimos años?
Yo veo que culturalmente hablando, y en lo específico de cine y teatro, hay muchísimo. En cuanto a la televisión, la rechazo de piel, no me gusta ni estar, me produce escozor, me hace acordar a Darín, que dice que no le gusta el cine, pero no le creo. El problema es que si no estás en televisión, no te llaman ni para jugar a las bochas.
Lo que más me gusta a mí es el teatro, y todos los fines de semana hay más de 400 obras solo en Buenos Aires. Y la Argentina lleva teatro a muchísimos países del mundo, es tremendo, no se puede creer, eso somos nosotros. Tolcachir, Veronese, Daulte...

De pronto, entra a la habitación donde se desarrolla la entrevista Arturo Bonín. Después de hacer algunos chistes entre sí, Bonín se sienta en un sillón y se queda para la nota. Por su parte, D´Elía retoma: “Es positivo que se haga tanto cine y teatro, pero después tendría que ver qué pasa con la calidad, aparte de la cantidad. Creo que en eso el gobierno (nacional) se ha organizado bien, más allá de que no soy kirchnerista. Igual me cuesta decir que no soy, no es que sea una cosa o la otra, no soy anti porque tengo amigos como el que está aquí presente, y otros, de igual talla, que me hacen dudar. No soy y puedo dar una serie de explicaciones y planteos, pero al margen de eso culturalmente se está haciendo un buen laburo, más allá de que acá los artistas siempre están y estuvieron preparados, antes de que viniera (Néstor) Kirchner, antes de (Raúl) Alfonsín, antes de (Arturo) Illia, etc. Y ahora, hay grandes frutos a partir del trabajo de tipos como (Damián) Szifrón”.

Más allá de un gobierno u otro, es positivo que el Estado haga política cultural, pero tal vez en contextos de mayor dificultad el artista argentino logra sacar a relucir mejor su oficio...
Bonín: Hay algo histórico: nosotros tenemos una formación que en otras latitudes no la entienden. Vos hablabas de una cooperativa en España y te miraban cómo si estuvieras loco. Ellos pedían un subsidio anual, duraban un año, al año siguiente lo mismo, volvían a pedirlo. Nosotros poníamos el hombro, hacíamos todo: boletería, barrer el escenario, actuar.

D´Elía: Cuando a mí me preguntan dónde y con quién estudié, respondo siempre lo mismo: corregí tres imperfecciones que tenía como para ser actor profesional, pero nada más. Mi aprendizaje fue en los teatros independientes, donde además aprendí a pintar, a vender entradas, hacer gacetillas, limpiar.

AB: Formación del actor desde una mirada colectiva, así fue nuestra formación. Una generación que incluía a Luppi, Lito Cruz, Morenito. Yo estaba en Villa Ballester, ellos en La Plata, y el centro era la Capital. Respecto de la cantidad, que se hablaba antes, a mí por un lado me resulta gozoso, sobre todo cuando voy a España a ver amigos y se sorprenden, pero, por otro, la mayoría de esos espectáculos teatrales tienen una sola función semanal. En ese contexto, ¿dónde va el crecimiento y el desarrollo del actor, en la búsqueda de un personaje? No se termina todo con el ensayo último y el estreno, sino que ahí empieza otro proceso, de crecimiento, de intercambio. Eso se ve frustrado, pero con una vez por semana gracias si te acordás la letra. Celebro la cantidad de obras, pero hay que darles continuidad, mejorar la dinámica de trabajo. Distinto es el teatro comercial, pero la mayoría no forma parte de ello. Creo que hay que mejorar las condiciones para poder ejercer el oficio con dignidad, orgullo, hidalguía y poder transmitirla como en su época lo transmitió Hedy Crilla, luego (Agustín) Alezzo, (Augusto) Fernandes, y tantos otros.

La cantidad la miden todos igual, pero la calidad no, por la subjetividad y la diversidad de opiniones...
AB: Por eso digo que a veces no hay que decir que algo fue maravilloso aunque para uno lo haya sido, sino “me gustó mucho”. Lo digo como actor, dado que nosotros defendemos el valor de la palabra arriba del escenario. Volviendo al tema de la continuidad, de la dinámica, pregunto: ¿Vos le confiarías una operación de apéndice a un médico que opera una vez por semana? ¿Adónde va a parar el oficio?

JD: Como manejar un avión... ¿una vez por semana? Imaginate...

Si comparan con su juventud, ¿cómo ven, las posibilidades de estudiar teatro en la actualidad?
AB: Es bárbaro, es maravilloso. Yo era un pelotudo que estudiaba Química para la alimentación, porque era la época, era la opción que había, época de petroquímica, petróleo, desarrollismo, Frondizi. En el año ´59 fui a una iniciativa del ministerio de Educación relacionada al teatro, quedé impactado. Eso fue porque había un Estado que apostaba a eso en una escuela pública (el Comercial de Villa Ballester). Tres profesores tuvimos: de Historia del Arte, Expresión corporal y Teatro, propiamente dicho. Yo me volví loco, lamentablemente al año siguiente desapareció, pero ya me había roto la cabeza. No es que el Estado sea responsable de todo, pero sí dio cauce, estimuló.

JD: Yo dicté cursos durante 10 años, en mi taller, pero pegué una vuelta en mi interior, me ayudó mucho en eso David Mamet. Creo que no se puede enseñar esto. Yo aprendí haciendo cosas, por ensayo y error, que de hecho es lo que dice Mamet. Él dice que hay que poner el cuerpo derecho y emitir claramente la voz. Todo lo demás ya lo hizo el autor. Yo siempre actué de esa manera. Hay un libro de él, Verdadero o falso. A mí me decían “el naturalito”, no me molestaba. Yo sabía que si me concentraba antes de salir a escena, era un bochorno. Si estudiaba la vida del personaje, lo mismo. Pero si me relajaba, me iba muy bien. Soy un anti-método. En el camarín están todos ensayando la voz, preparándose, eso a mí me pone la piel de gallina, no es mi estilo.

¿Qué hacés antes de salir a escena?

JD: Nada. Hice un montón de televisión argentina y nadie puede creer que no sepa los libros. O que vaya a filmar y a veces no sepa cómo se llama la película. Pero tengo oficio. Tengo un hijo de 12 años, me acuerdo que a sus ocho lo estaba llevando al colegio para un acto, estaba muy nervioso porque tenía que decir un verso. Él mismo me dijo: “Pero yo sé que todo esto en un rato ya se acabó”.

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