jueves, 26 de mayo de 2016

En algún lugar, fuera del tiempo

Mis palabras perdí,
por vivenciar con el cuerpo.
Más tarde las recuperé,
pero ya no era el mismo.

Mi torso cobró vida,
me digo,
aunque sonriente sospecho que ya la tenía.
Di pasos de antílope,
marché erguido, mi pecho lució desafiante.
Miré con ojos de halcón.

Mis pupilas crecieron
al ritmo de mis ideas,
y por un segundo de ellas
vos dejarías de bailar.

Si te contara lo que vi,
en el fondo me creerías.

Hombres y mujeres ardientes.
Eso somos.
Voladores,
planeamos, caemos elegantes,
y volvemos a flotar.
No es que no pensemos:
simplemente no dudamos.
Nuestros cuerpos ya saben qué hacer.
Al caer, sentimos el suelo
más enérgico y confiable,
más satisfactorio e inevitable.

El cielo sopla su frío nocturno
y nos refresca.
Le sonreímos con gratitud.

Al abrazarnos
inauguramos una nueva unidad,
pero no la podemos nombrar,
porque no es necesario.

Nada nos obsesiona,
Nada opera de manera enfermiza en nuestros nervios.
Lo que ocurre, lo hace probablemente por algún buen motivo.
Y lo que no, simplemente no ocupa nuestra agenda.
Tal vez sea el tiempo el único empecinado en seguir corriendo.

Pensar, reír, hablar y bailar:
ya no son los capítulos de una narrativa lúdica,
sino solo las manifestaciones de un juego sin interrupciones,
sin estrategia, sin reglas, sin plan.

Cuando la noche termine,
si es que lo hace,
hay algo que querría decirte.
No tengo claro qué es,
aunque ahora tampoco importa.
Forjemos una unidad,
lo demás puede esperar.

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